jueves, mayo 24, 2007

Mirada soñadora

Miro mis ojos desde esos otros ojos que me miran y no me miran.

Sueño mi vida desde esas otras vidas que me sueñan y no me sueñan.

Como te miro, te sueño.

Como te sueño, te vivo. (Y no te vivo)

miércoles, mayo 16, 2007

Marietta

Se podía permitir el lujo de ser pequeña y el lujo de ser mayor. Sus ganas de jugar tenían licencia para ocupar todos los espacios. Sus sueños todos los tiempos. Sus risas todas las lágrimas.

Con el bocadillo de chorizo en la mano izquierda, Marietta contabilizaba a saltitos el número de lineas blancas del paso de cebra. En esos momentos de sus siete años se había olvidado de todas las rozaduras. Ni las sandalias, ni los gritos de su madre, ni el coche amenazante, importaban de verdad.

Aún no le había llegado la edad de mezclar y sobrevivir,
mezclar y sobrevivir,
mezclar y sobrevivir,
mezclar y sobrevivir...

lunes, mayo 14, 2007

Incapaz

Nunca aprenderé a escribir bien.
De la misma manera que no aprendí a vivir bien o a soñar bien.
Porque el verbo no es aprender sino amar.
Y yo amo la escritura, la vida y el sueño.
Demasiado para hacerlo bien.

martes, mayo 08, 2007

Volver del sueño

Quería relatar un despertar, una vuelta del sueño. Pero preferí no hacerlo con mis propias palabras y reproducir el texto con el que Paul Bowles inicia “El cielo protector”.


“Se despertó, abrió los ojos. La habitación le decía poco; había estado demasiado sumergido en la nada, de la que acababa de emerger. No tenía fuerzas para definir su situación en el tiempo y en el espacio; tampoco lo deseaba. Estaba en algún lugar; para regresar de la nada había atravesado vastas regiones. En el centro de su conciencia había la incertidumbre de una infinita tristeza, pero esa tristeza lo reconfortaba porque era lo único que le resultaba familiar. No necesitaba otro consuelo. Permaneció un rato completamente inmóvil, en un descanso absoluto, para hundirse luego en una de esas somnolencias ligeras, momentáneas, que suelen suceder a un largo sueño y profundo. De pronto volvió a abrir los ojos y consultó su reloj de pulsera. Fue un puro acto reflejo, porque al ver la hora se desconcertó. Se incorporó, echó una mirada a la habitación charra, se llevó una mano a la frente y con un profundo suspiro volvió a sentarse en la cama. Pero ya se había despertado; en pocos segundos más supo dónde estaba, que la tarde terminaba, que había dormido desde el almuerzo. Oía a su mujer en la habitación contigua, taconeando con sus chinelas sobre el liso suelo de baldosas, y ahora que había alcanzado otro nivel de conciencia en el que no le bastaba la mera certeza de estar vivo, ese ruido lo tranquilizaba. Pero qué difícil era aceptar la alta, estrecha habitación con su cielo raso envigado, los colores neutros de los grandes dibujos anodinos de las paredes, la ventana cerrada, con sus vidrios rojos y anaranjados. Bostezó, faltaba aire en el cuarto. Después bajaría de la alta cama para abrir la ventana, y en ese momento recordaría su sueño. Porque, aunque le era imposible reconstruir un solo detalle, estaba seguro de haber soñado. Del otro lado de la ventana habría aire, tejados, la ciudad, el mar. El viento vespertino le refrescaría la cara y en ese momento reaparecería el sueño. Por ahora lo único que podía hacer era seguir tendido como estaba, respirando lentamente, casi a punto de dormirse de nuevo, paralizado en el cuarto sin aire, no a la espera del crepúsculo, sino quedándose inmóvil hasta que llegara.”